Sociedad

Cuentos de verano: “Retrato de un pasado sin futuro” por Diego Paolinelli

Publicado

on

Bienvenidos a Toronto, leía en un gran cartel y escrito en varios idiomas para recibir a los viajeros que arribaban al Aeropuerto de esa Ciudad. Beto había llegado, por fin, a su nueva morada. Más de diez horas de avión habían puesto la distancia necesaria para escapar de una persecución que en un principio y con su liberación de la prisión de Sierra Chica con la llegada de la Democracia pensó concluida.

Solo unos días pasaron desde su reencuentro con sus Padres y su hermana. De los chicos del barrio o de sus compañeros de escuela, solo un par quedaban aun viviendo con sus viejos. Un par desaparecieron y nunca se supo más de Ellos…se dijo para sí “tuve suerte, al final”.

Pero no era todo tan así, la persecución se encontraba oculta en las sombras, pero todavía presente. Un llamado anónimo a su casa, una voz distorsionada le decía: “Borrate flaco, en la jaula tenías oportunidad de vivir, no te queremos en la calle…¿entendés? Entendió rápidamente el mensaje. Y se puso en contacto con la Embajada de Canadá. Un compañero de celda, le dejó abierta la posibilidad de emigrar a ese país, que estaba recibiendo a muchos que había vivido el flagelo de las Dictaduras latinoamericanas. En pocos días recibió la visa y marcho hacia Ezéiza…otra vez dejar a los seres queridos.

Abrió la puerta del departamento y apoyo sobre una silla la pequeña valija, todo su equipaje cabía bien doblado, en un retrato, el del apuro por salir esa realidad. Unas pocas prendas, un diccionario de inglés y una foto familiar vieja enmarcada.

Se acercó a la ventana que daba paso al balcón, desde ahí observaba la inmensidad del lago Ontario, que sería su compañía durante mucho tiempo cada vez que regresara de su trabajo. Recorrió en un breve instante su nuevo lugar. Una pequeña cocina comedor con una barra alta a manera de isla era la separación virtual de esos dos ambientes. Un baño con bañera y la habitación con una cama de dos plazas. Es chiquito se dijo, como para quejarse de algo. ya que tenía instalada una cocina nueva, calefacción y una cama de dos plazas. Y de pronto recordó su encierro, esa celda fría y húmeda que se llevaron sus jóvenes años. Sin poder dormir escuchando los lamentos que llegaban desde los otros bloques y tal vez, los que en su propia mente bregaban por salir.

Se deshizo de ese mal recuerdo y pensó que esta era una nueva oportunidad, una nueva vida, en una sociedad más justa, donde decir lo que pensaba o solo esbozar una idea sobre cómo debían ser las cosas, no fuese motivo de burla o ser tildado despectivamente.

Decidió preparase un café. Se sentó a la mesa, sorbió un poco para darse cuenta que la bebida estaba muy caliente, entonces dejo la taza reposar un rato, con la vista atravesando la ventana mirando el lago, de repente dio cuenta de la vieja fotografía que había traído y aún no le daba un lugar en la casa. La acercó hacía el y se detuvo en cada uno de los detalles. Sus padres, dos gringos que se habían conocido en el barco que los trajo de Italia a Argentina siendo muy pequeños, el viejo…un obrero incansable, que sumaba horas y horas en la fábrica para darles un estudio. La vieja…una ama de casa de esas que todo podían y todo lo hacían. Su hermana, con el vestido cocido por ella misma en sus clases de Corte y Confección, una sonrisa grandota y un lazo color rosa que resaltaba sobre esos rulos negros. Y él, con jóvenes dieciocho años, una remera batik, que el mismo había desteñido, collares varios y el pelo largo ensortijado y la barba negra…eran tiempos de Hippies.  Todos sonreían.

¿Repasaba nuevamente y se decía: “¿cómo pasaron ocho años de esto?”, “¿Cuándo pasaron?, donde quedaron las modas divertidas, los collares y las remeras de colores, su barba comenzaba a surgir nuevamente. Su querido pelo largo, lo habían rapado cuando lo chuparon los milicos y mensualmente siguió el ritual para evitar piojos u otras alimañas en el encierro. Y ahora decididamente el pelo se olvidó de crecer, tenía unas entradas enormes y hueco enorme en la mollera. Solo era un joven de barrio que representaba a sus compañeros de la Escuela en los pedidos a la dirección por mejoras en los planes de educación y había marchado por el boleto estudiantil. No era militante de ningún grupo extremista, nunca porto un arma y tampoco le interesaba la violencia. Pero no pudo con la violencia Institucional.

Acercó nuevamente la foto y se abrazó a ella pensando que era el retrato de un pasado, que no tendrá futuro.

Trending

Exit mobile version